Notas sobre Mujer Vista de Espaldas

Conclusiones

“El concepto ‘ver’ produce una impresión confusa (…) –Veo el paisaje; mi mirada vaga por él, veo toda clase de movimientos claros y no claros; en esto me fijo claramente, en aquello sólo de manera muy confusa. ¡Cuán fragmentario se nos puede aparecer lo que vemos!(…).”
Ludwig Wittgenstein (1)

En este punto hemos realizado breves avistamientos a Mve y lo hemos hecho a partir de su cualidad para producir fascinación en el espectador. Esta la entendimos como dos fuerzas igualmente necesarias: “atracción irresistible” y “engaño”. Consideramos que estas dos dimensiones dan cuenta de aspectos centrales de Mve que no parecen ser fáciles de rastrear: la continuidad de la atracción de la materia y la capacidad crítica del engaño. En efecto, en el primer acercamiento buscamos dar cuenta de la fuerza de “atracción irresistible” y esta condición la entendimos como la capacidad estética que alberga la fotografía del vizconde. Preguntarnos sobre la naturaleza de la materialidad nos llevó a analizar el contexto económico e industrial de la Francia de mediados del siglo XIX, un lugar donde encontramos toda una “ambientación” glamurosa fundada en la “atracción irresistible” que permea ámbitos tan diversos pero concatenados de la sociedad, la política y la cultura. De esta manera, situamos a Mve dentro de una familia icónica basada en la atracción y el deseo como lo es la visualidad de las placas de moda de las que Mve replica sus perspectivas desde el medio fotográfico, mostrando el carácter híbrido de la imagen.

La consideración de las prefiguraciones gráficas de Mve nos llevó a reparar en la cualidad mercantil de la “atracción irresistible”, su aprovechamiento para el desarrollo de la industria con lo que el refinamiento materialista de esta fotografía da cuenta de una transición cultural irreversible. Es esta “atracción irresistible” de la imagen y de los objetos representados en ésta donde puede leerse el giro hacia la modernidad capitalista y la sociedad de consumo, un punto de inflexión civilizatorio que determinó a la sociedad francesa de la época e inició un proceso aparentemente irrevocable que no ha dejado de multiplicarse con el paso de los años. Así, la “atracción irresistible” generada por la fotografía se convertiría en el algoritmo de la industria para producir nuevos objetos: mobiliario, moda e imágenes, una acumulación de materialidades “irresistibles” para redefinir la sensibilidad y la percepción, para iniciar un deseo compartido de posesión fundante del sistema capitalista. Así, queda claro que las condiciones esteticistas de Mve representa esta entrada triunfal y optimista de la modernidad mercantil que no poco se ha criticado desde su aparición, aunque sus cimientos, de alguna manera desgastados, parecen aún inconmovibles.

Por otro lado, la segunda condición de la fascinación de Mve, su “engaño”, nos condujo al análisis de su condición fotográfica, y, más específicamente, a la ponderación de su estatus retratístico. De esta manera, resultó pertinente iniciar este apartado con una definición del sentido del retrato hasta el siglo XIX. A partir de las canónicas lecturas de West y Woodall, pudimos extraer un común denominador de este género, esto es, el principio de individuación de la/el modelo. Una pregunta entonces continuaba acechándonos: bajo estas condiciones, ¿Mve puede considerarse un retrato de su tiempo? Al evadir la individuación y preferir la “opacidad” de una espalda y el enigma irresoluble de un peinado, claramente no lo sería. De ahí el “engaño” de esta fotografía pues, como señalamos, la imagen se produce bajo las metodologías tradicionales de un retrato de estudio cuando es justamente este principio rector de identificación el que se subvierte sutilmente. Así, el “engaño” de Mve reside, a nuestro juicio, en que invita a la contemplación, pero burla la expectativa de alcanzar una certidumbre sobre la modelo, una condición especialmente significativa en la fotografía decimonónica. Sin embargo, es este “engaño” o “traición” a la transparencia identitaria la que producirá nuevas posibilidades tanto de creación como de recepción retratística como vimos en las obras del siglo XX.

Así, esta conciencia del engaño en el retrato rescata a Mve de la uniformidad de obras fotográficas de su tiempo (donde también destaca el corpus de la condesa de Castiglione) y la enlaza con la vanguardia del siglo siguiente, con obras y artistas cuyas piezas retratísticas reformulan la tradición del retrato y exploran su capacidad crítica, la potencialidad contemporánea y cultural del “engaño”. Para insistir en el carácter autonómico que anticipa Mve, recurrimos a la visualidad de la condesa Castiglione donde el “engaño” se enlaza con la autonomía visual, una condición extraordinaria que parece emerger de los postulados de la primera oleada de feminismo en Europa, o al menos de la liberación de las capas más altas de la sociedad que se adelantan siglos a sus pares sumidas en la miseria del campo, las minas o las fábricas. Es esta autonomía en ciernes en el siglo precedente, la que estallará como una necesidad a la vez artística y vital en los retratos de Claude Cahun donde el “engaño” de las imágenes muestran su dimensión autonómica y experimental, un rompimiento con los valores (sexuales, artísticos y políticos) dominantes de la cultura occidental que ya muestra sus primeros signos de decadencia. Por último, recurrimos a un momento más del “engaño” retratístico de Mve, en la reescritura de las piezas tempranas de la artista estadounidense Catherine Opie que, en este contexto, parecen síntesis de los dos momentos previos por la capacidad emancipatoria del “engaño” con incidencia en el campo visual y ético.

De esta manera, no solo entendemos Mve como una obra materialmente deleitable, un retrato anómalo inserto en el sistema del glamur parisino de mediados de siglo XIX, sino que también sus espacios de indeterminación nos invitan a reconsiderar su capacidad de interlocución con el espectador y, de ahí, su posible relación con prácticas y problemas culturales fuera de su contexto como ocurre con los retratos de Cahun y Opie. En suma, a lo largo de esta indagación nos percatamos de un posible sentido de Mve, en éste llamamos la atención sobre ese infrecuente gesto de dar la espalda en una imagen como una forma no solo sintetizar los umbrales de la modernidad, sino como un antecedente olvidado de las capacidades emancipadoras del retrato, una batalla que se librará con mayor insistencia a partir de las vanguardias del siglo XX.

De esta manera, lo que queda claro es que tanto la fascinación como sus fuerzas de “atracción” y “engaño” pueden generar preguntas de alcances estéticos y éticos que aún necesitarán ser explorados con mayor detenimiento(2).

Referencias

1 Ludwig Wittgenstein, Investigaciones filosóficas (Barcelona: Crítica, 1988), 459.

2 Un campo inexplorado en este ensayo es la perduración de la imagen en virtud de su pertenencia a una institución (y de una nación) hegemónica. La tarea a los futuros investigadores será preguntarse qué otras imágenes fotográficas desde la autonomía y la crítica icónica podemos localizar a finales del siglo XIX o principios del XX que estén fuera del circuito del museo neoyorkino, esa vitrina mundial que entroniza y relega al mismo tiempo. Un intento en esa vía sería el rescate y reivindicación de fotógrafos minoritarios como ocurre en el trabajo de Carlos Monsiváis Constantino Sotero: Fotógrafo de Juchitán (México: Era, 1983).

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